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Asalto de la imaginación

Por Soren Triff
--  El Nuevo Herald, Miami, FL, Jueves 27 de enero de 1999.

Un edificio bancario acaba de ser asaltado en Miami y estuvo ocupado 72 horas por los asaltantes. No es un atraco de los que aparecen en primera plana. Se trata de un asalto de la imaginación a uno de los centros neurálgicos de la razón financiera, el oportunismo comercial y la avaricia empresarial: el downtown.

Durante tres días, el edificio donde radicaba el Banco Spíritu Santo, poco antes de ser demolido, llenó las paredes de sus ocho pisos con obras de más de una decena de artistas plásticos de Miami. Tuvimos un museo de arte contemporáneo de primer orden que duró 72 horas.El hecho es muy importante aunque casi todas las obras hayan sido instalaciones efímeras. El acontecimiento --arte y ciudad-- confirma el potencial que representan los artistas para beneficiar a Miami. Los políticos podrían aprovechar ese recurso humano para mejorar el ambiente urbano, el turismo y las finanzas; los empresarios para elevar sus decaídas imágenes y abultar sus cuentas bancarias; los artistas encontrarían un ambiente favorable para vivir y desarrollar su obra, y los habitantes disfrutarían de una ciudad que valdría por lo que es, por su gente, no por lo que tiene, su posición geográfica.

El ``asalto'' se veía venir. El mes ha estado saturado de actividad ``guerrillera'' cultural en distintos puntos de la ciudad. La galería José Alonso Fine Arts presenta desde mediados de enero a Ardriano Buergo, Ana A. Delgado, Tomás Esson, Glexis Novoa, Ciro Quintana, Rubén Torres Llorca y Pedro Vizcaíno, mientras muy cerca Frederic Snitzer Gallery muestra la obra de José Bedia. La semana siguiente, el escritor y crítico Ricardo Pau Llosa habló sobre arte cubano en la Broman Fine Arts. Allí ``dirigió'' a una ``columna guerrillera'' compuesta por jóvenes artistas de Miami, Sergio Payares, Sergio García, Vivian Marthell, Carlos Suárez, José Reyes, Leyden Rodríguez, Manuel Prieres y Paul Fuguet. Dos días más tarde el pintor Xavier Cortada, experto francotirador, presentaba sus pinturas en St. Thomas University. Al mismo tiempo del ``asalto'' bancario, el grupo Artemis Performance Network, dirigido por Susan Caraballo, se estableció en La Pequeña Habana, y declaró Performance Space 746 ``zona liberada''.

En otras ocasiones he criticado la ciudad y a los mismos artistas, que no parecen capaces de usar la imaginación fuera del marco del lienzo para promover sus obras, pero creo que hay otros elementos que conspiran contra los artistas: la democracia y el populismo. Uno de los vicios de la cultura norteamericana es la democratización de la vulgaridad y el culto a lo soez. Aquí una persona de poca educación puede amasar una fortuna, y gente común se convierte en celebrity comercializando su vida privada. Esto les permite a este tipo de nuevo rico codearse con verdaderos artistas y sentirse orgullosos de las virtudes que los llevaron al éxito, pero también exhibir su poca educación, malos modales y hasta sus vicios. En la tradición latinoamericana, a través del populismo, el hombre de ciudad finge el habla, la vestimenta y las costumbres del campesino, el pobre y el indio. Estos dos tipos humanos se dan la mano en Miami. Muchos de los políticos de Miami y de los que merodean el poder, son campesinos, o hijos de campesinos, o se han hecho ricos por sí mismos, o sostienen tradiciones populistas y muestran sus virtudes y defectos como parte de su fórmula del éxito.

La democratización de la vulgaridad presenta a los líderes --políticos, empresariales, artísticos-- como modelos a imitar por quienes sueñan con llegar a ese lugar prominente. En Cuba el campesino que llegaba a La Habana se tenía que adaptar a la vida citadina. En Miami, como luego sucedió en La Habana, el campesino impone su modo de vida a la ciudad. No tengo nada contra los campesinos, pero el modo de vida rural no es compatible con el de la ciudad. La ciudad está hecha para el individuo gregario, las comunicaciones, el intercambio, el placer de los sentidos. Alberga mucha gente en poco espacio. Nada de esto se puede disfrutar sin códigos estrictos de convivencia. En la vida de campo el individuo está aislado, tiene más contacto con animales y vegetales que con personas, no es una vida para los sentidos, sino para sobrevivir, no hay actividad nocturna, las reglas de convivencia son mínimas.

Las figuras públicas de tradición rural y los nuevos ricos no pueden apreciar el recurso humano artístico y profesional de la ciudad. No lo ven porque no es parte de su mundo. Como no lo aprecian no lo patrocinan, y el público no siente la presión de seguir a sus líderes y asistir a obras teatrales, galerías, museos, ballet, sinfónica, si quiere considerarse una persona educada, como sucede en América Latina y Europa, o en las ciudades cosmopolitas norteamericanas.

Los líderes deben dar ejemplo con su patrocinio a las actividades culturales, deben trabajar con empresarios, administradores de la ciudad y artistas para mejorar las zonas depauperadas, el nivel de vida de sus habitantes, ampliar las zonas de interés y de entretenimiento. Los líderes políticos y empresariales tienen que ver en los artistas una fuente de riqueza para todos, y los artistas deben echar abajo la puerta de los políticos hasta que escuchen, por supuesto con el arma que dominan mejor: la imaginación.

© El Nuevo Herald